viernes, 14 de enero de 2011

Atisbos de cosas.




Pregúntame qué me falta y te responderé que nada. Y sin embargo, sé que hay algo que quiero. ¿Que quiero o que necesito? ¿O qué me falta, qué ansío? A veces lo quiero, otras veces lo necesito con todo mi ser.
Si no me falta nada, ¿por qué pido? ¿Por qué no me siento como quizá debería sentirse alguien a quien no le falta de nada? Mi mundo es perfecto, ni un atisbo de imperfección...


Pregúntame qué quiero y te diré que poco, aunque lo quiera todo. Hay algo que quiero, y que nunca tengo. Se empeñan en ofrecerme cosas bonitas, o montones de cosas, pero nunca lo que verdaderamente quiero.


~Sálvame. , quien seas. De donde vengas, aunque te vayas. Solo necesito que me salves, porque si no, no sé si alguien más lo hará... ~

viernes, 7 de enero de 2011

La lágrima suicida.

Mientras Claire se aproximaba al borde del acantilado, se preguntó qué razón la había llevado a esa situación. Bien es cierto que en esos momentos no le parecía tan grave, es más, estaba tranquila y en paz, pero sabía que no era normal que la gente se suicidase de un día para otro. Quitarse la vida, así, sin más. Había que ser valiente para atreverse a hacerlo, pensó. Pero luego lo pensó mejor, y decidió que no, que renunciar a vivir era de cobardes. Pero qué iba a hacer si era una cobarde, si elegía esa alternativa fatídica. ¿A quién le importaba si lo hacía? Seguramente a nadie. Los periódicos ni siquiera la mencionarían, porque ella no era nadie vital, importante…
Era una chica normal y corriente, de treinta años, cuyos deseos y metas siempre habían sido factibles. Nunca había tenido problemas como la depresión, ni había sufrido uno de los tan comunes trastornos alimenticios. Ni siquiera problemas con las drogas. Así pues, ¿por qué lo hacía? La pregunta la asaltó de nuevo y se quedó pensando en ello.
Quizá, lo hacía por cómo se sentía en la actualidad. A sus treinta años, su carrera de periodismo se había quedado estancada, y eso la había llevado a deudas y pagos sin cubrir que no hacían más que agobiarla. Pero lo que más le dolía era el vacío. El vacío inmenso que sentía en su interior y que no veía como llenar. Sentía como un agujero negro en el pecho, que le oprimía, la dejaba sin respiración…
El vacío comenzó unos meses atrás cuando Harry y Brida, sus padres, murieron en un accidente aéreo. De pronto Claire se vio más sola que nunca, supo que ellos ya no estarían con ella nunca más y eso le dolió profundamente, como una puñalada, o más. Pero quedaban sus amigos, estaba claro, aquellos que siempre eran capaces de hacerla sonreír quisiera o no quisiera, no tenía libre elección cuando se trataba de hacerla reír.
Pero de pronto, un día de esos que parece que vaya a ser tan habitual como el resto, igual de monótono, fue diferente. Claire despertó por la mañana y sin saber por qué, tuvo miedo. El miedo era el núcleo imparable de ese vacío constante en su interior. Era un miedo agazapado, que había surgido sin previo aviso, y como los virus, trataba de acabar con las defensas de Claire. A diferencia de éstos, el miedo acababa con las defensas del alma. Era un miedo inexplicable, indescriptible, que ahí estaba y le impedía moverse.
Esa mañana Claire no fue capaz de retirar el edredón de flores que la cubría, ni de cambiar de postura cuando ésta ya le resultaba molesta. Simplemente permaneció en posición fetal, apretando las manos e intentando calmar su agitada respiración, fruto de la inminente ansiedad.
Se sintió sola y le dolió en lo más profundo de su insignificante ser, que ya tan dañado se encontraba. Aquella mañana, la vida de Claire cambió y nunca volvió a ser la misma. Meses después, ahí se encontraba, pisando con sus pies desnudos las rocosas y deterioradas piedras del acantilado, aún sin saber si acabaría con todo o no.

Pero recordando aquella mañana soleada en la que hasta el tic tac del reloj le provocaba un incomprensible pavor, una lágrima suicida cayó. Fue un recorrido breve. Surgió limpia y cristalina desde el lagrimal de uno de sus ojos verde azulados, bañó sus largas pestañas, y lentamente fue descendiendo en una perfecta línea por su mejilla, para acabar muriendo en su boca. Saboreó la lágrima mientras el viento hacía ondear sus rubios bucles. Era una lágrima salada, al igual que el mar.
Entornó los párpados y saltó.